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Hace poco compartimos en stories un reel dónde salía Maya Angelou en una entrevista hablando sobre el miedo y cómo no tenía miedo a la vida, porque cuando aceptó que iba a morir, que era una verdad que no podía eludir, cuando se rindió a eso, pudo estar presente con todo lo que era ella en todos los momentos en que eso se podía dar. Es curioso porque la presentadora comenta como eso puede volverle a uno avaricioso, queriendo tomar y tomar, y Angelou le contesta, tomar no, dar, dando todo lo que se pueda.
Como todo en el trabajo personal, podemos ir profundo o quedarnos a las puertas. Maya Angelou se rindió de veras, por eso ella entendía que el camino pasaba por dar, por entregarse, por aportar. En la entrevista ella tenía 56 años.
Vivimos en una sociedad que idolatra y le rinde culto a la juventud, y dedica gran parte de su tiempo y energía en conseguir productos que disimulen al máximo el paso de los años. Y para vender un producto, a menudo aparece alguien joven, con un aspecto muy definido. Aunque esto está empezando a cambiar, es cierto que la juventud sigue siendo un objeto de orgullo, y la vejez se esconde, mediante productos, cirugía, etc.
Sin embargo, con la edad llegan muchas bondades. Aquellos que han sobrevivido a las pruebas de la vida, a la aceptación de los cambios físicos, las pérdidas, a comprobar que aquello que parecía indispensable con el paso del tiempo deja de serlo, ganan una perspectiva de la que carecemos cuando somos más jóvenes.
Como la tortuga que aparece en La Historia Interminable, que repite hablando consigo misma, “nada tiene importancia”, si aprendemos de nuestras experiencias, la edad nos da una perspectiva que nos permite entender las cosas a otro ritmo y de otra manera.
Pero eso implica que la gente más mayor nos enseñe cosas que van en contra de lo que la sociedad nos pide, por eso se les relega a un segundo plano, se les silencia, no se les tiene en cuenta. Si se les dejase, nos enseñarían la importancia de ir más lento, de que este crecimiento loco de productividad con el que nos movemos, ante la perspectiva de la muerte no tiene ningún sentido. Si se les escuchase alrededor del fuego como se hacía antes, muchas cosas cambiarían.
Llevo un tiempo rodeada de gente de edad avanzada, y me doy cuenta de cómo perciben el mundo y las cosas, y aún en circunstancias adversas, me llegan sus consejos con claridad. Frases como “eso no tiene importancia”, “dale tiempo al tiempo”, “deja que todo fluya, no luches, no te pelees”, tan usadas, que tanto se ven junto a una foto con filtro en las redes sociales, cuando esas frases salen de sus labios tienen otra energía, otro significado, llegan y las entiendo. Porque les he visto hacerlo, he notado su calma, su fuerza, su preocupación y empatía por su entorno y las generaciones que les siguen, por no poder transmitir su sabiduría.
Así que volvamos a darles el lugar que les toca, acerquémonos a ellos y lo que nos recuerdan y tanto nos asusta, pero que en realidad es lo único que nos puede salvar, la conciencia de lo perecedero y lo imperecedero de la vida, y ante eso, qué es importante y qué no lo es.
“Hacerse mayor es un proceso extraordinario
en el que te conviertes en la persona que
siempre tendrías que haber sido”
~David Bowie