Nací un 21 de diciembre en plena nevada. Desde que tengo memoria la nieve y sobre todo el nevar me ha dado calma, como si algo se colocase en su justo lugar y me saliese de manera natural un suspiro de alivio. Ah, ya estoy en casa. Cada año por estas épocas, cuando empieza a caer la nieve, me pongo nerviosa, lo dejaría todo tirado y me iría corriendo a verla, a sentir su silencio.
Todo esto para decir que la conexión con los ritmos de la naturaleza es cierta. Al nacer, aparte de mis ancestros humanos, el entorno natural es parte de mi herencia corporal y anímica.
Querer apartarnos de eso, nos deja fuera de lugar, más abiertos y expuestos a dejarnos llevar por otro ritmo, el del caos y de la poca escucha de nuestras necesidades, incluso diría, de la empatía hacia otros. Si entiendo mi relación de parentesco, la huella en mí de las estaciones y de la naturaleza, ¿Cómo no voy a verme en el otro, y no tanto las diferencias?
No soy la primera persona que oigo hablar de esa relación con el momento estacional del momento de nacimiento. Abrirnos a ello, es también abrirnos al agradecimiento y reconocimiento de esa huella del entorno en nosotrxs.
Este solsticio me está pillando baja de defensas y con necesidad de descanso. Sostener la culpa, la exigencia por no seguir el ritmo que se me impone desde fuera, al menos unos días, desaparecer bajo el manto de mi cama, parte de una escucha atenta a mis necesidades y esa huella del tiempo en mí, que me recuerda que, aunque me haya olvidado, lo de retirarme a preparar el terreno para la primavera es algo que se me da bien.
Así que me escapo a la nieve y al bosque, y la dejo hablarme, y me dice, un poquito más. Todo se va a gestar. Pero un poco más de introspección.
En el bosque solitario, porque la gente prefiere otras actividades, siento frío, y también calor. Escucho el ruido de mis pisadas y oigo también las voces de los que están sufriendo en otros lugares del mundo. En el camino me encuentro con hielo, y voy andando por él manteniendo el equilibrio cuando el suelo está resbaladizo. También hay pisadas de corzo, lo que me recuerda que la vida continúa aunque no lo parezca en un principio.
El silencio del bosque en invierno me enraíza y me da silencio para escuchar aquello que cuesta, lo mío y lo del otro.
Este solsticio de invierno lo celebro entre dos aguas, entre la esperanza y la desesperanza. Pero en cualquier caso, no desde la insensibilidad o el hacer ver que no oigo.
“Sed vuestra propia lámpara”
~Siddartha Gautama Buddha