Dibujo

Dibujo

Al empezar un dibujo, o justo antes de hacerlo siempre siento miedo, o al menos no tengo un recuerdo de ninguna vez que no fuese así, excepto cuando era muy muy niña. Hace tiempo que pienso que es un tema de exigencia en hacerlo bien, miedo a ese momento en que la puedo fastidiar, sobre todo cuando dibujo con rotulador o bolígrafo, y ya hay un error insuperable o claramente visible. Ha habido veces que he sabido aprovechar ese error y hacerle formar parte del dibujo en su totalidad, o ser más amable conmigo y con el dibujo y quitarle ese peso y valorarlo por lo que aporta en expresividad o lo que transmite. Y es en estas que me doy cuenta de la importancia que tiene la mirada del otro en cómo vivimos cada cosa, porque inevitablemente mi mirada se ve también influenciada por lo que yo creo que van a pensar los otros cuando vean mi dibujo.

Últimamente, sin embargo, me doy cuenta de que cuando me enfrento al dibujo hay algo más, un miedo a conectarme con la apertura de algo interno que me pone vulnerable. Seguramente también relacionado con el miedo a la crítica que hace que no quiera abrir ese algo vulnerable que en algún momento se sintió juzgado y se cerró, y que me pone “vulnerable” frente a la vida. Esa vulnerabilidad que en mi caso relaciono con fragilidad, y de allí el miedo a ponerme allí. De manera que algo que me conectaba y me conecta con una parte muy real y esencial de mí, se vuelve un elemento que me pone frágil frente al mundo y por tanto susceptible de ser juzgada y herida.

Con el tiempo me he ido dando cuenta, y no es un proceso exento de complicación, que ponerme vulnerable y blandita no es lo que me deja más frágil, sino estar rígida y tensa, ya que como en la física y en la naturaleza, y siento que eso es aplicable a todo en la vida en general, es mucho más fácil romper algo rígido y duro que algo blandito y elástico. El darme cuenta no le quita dificultad, pero sí me pone más disponible, realista y valiente frente al riesgo de enfrentarme al papel. Después cuando ya estoy dibujando, allí me pierdo, me relajo y simplemente me olvido de que soy otra cosa que mis dedos en conexión con mis ojos y mi corazón. La mente simplemente envía información, conecta puntos, pero está al servicio y no dicta el movimiento. Y en esos momentos todo se relaja porque no necesito entender nada, simplemente estoy en lo que estoy, y punto.Y eso me hace sentir libre, si no se cuela el juez interno para decirme lo mal que me está quedando, o qué cutre es mi dibujo, o las cien mil cosas que tendría que estar haciendo en vez de dibujar. Pero cada vez tiene menos peso esa voz y se cuela menos.

Y de aquí me enfrento al después del dibujo, allí es donde mi juez interno me da en el cogote y me dice, vaya dibujo más cutre y empieza a enseñarme todo lo que hay por allí fuera que me supera no con creces, sino astronómicamente… En fin, que sí, que a tomar por saco con mi juez interno. Porque cuando le mando a paseo, le digo gracias por tu opinión, sé que quieres protegerme, pero ya no toca, y le hago una pedorreta con la mano, en plan y a mí qué, puedo mirar mi dibujo y decirle gracias, porque siempre, siempre me ayuda dibujar. Me conecta con esa parte blandita de mí con la que tanto me cuesta conectar, me relaja la mente que está siempre a tope centrifugando, y cuando me dejo, siempre, siempre coloca algo en mí, me ayuda a transmutar y a colocar alguna cosa que está por allí pululando y esperando a obtener el lugar que merece en el rompecabezas que me compone. Y rompecabezas no es una palabra escogida al azar.