A menudo damos por hecho las cosas que decimos a los demás o a nosotrxs mismxs, sin poner conciencia en el peso que tienen en realidad sobre cómo nos sentimos o sobre cómo se sienten las personas que tenemos a nuestro alrededor.
En el famoso libro de los Cuatro Acuerdos de Don Miguel Ruíz se hace referencia a este tema en el primer acuerdo, se habla del veneno que le damos a alguien cuando nos referimos a ellxs con un cierto apelativo, y de como una vez que se ha tomado ese veneno, sigue haciendo ese efecto, y nos decimos nosotros esas palabras que siguen envenenándonos el tiempo. En terapia a menudo se habla de introyectos. Esas frases, palabras, que hemos oído desde pequeños en un momento en que no podíamos gestionarlas, sacarles algún provecho. Se dice que nos las tragamos sin poder digerirlas y el trabajo del adulto es poder ver que eso está allí, para ir digeriéndolas y deshechar lo que no nos va bien, y quedarnos con lo que sí.
Aunque a priori parece que se trata de una obviedad, nos encontramos en sesión que al comentárselo a lxs clientes, estxs le suelen restar importancia al hecho en sí. A veces me pregunto si este no dar importancia a una de las etiquetas que les han puesto o se han puesto ellxs mismxs, no es también un mecanismo de defensa para poder sostener la primera vez que oyeron palabras como, “llorica”, “nenaza”, “alegre”, “simpáticx”, etc. Escojo palabras como alegre, porque no deja de ser una etiqueta más. No es lo mismo decir, en este momento me siento alegre, que “soy” alegre. Aquí hay un peso, no nos permite movernos de manera libre en nuestras emociones que están allí para algo, y por ello necesitan ser escuchadas.
Hay frases que nos repetimos a menudo, “no puedo fallar”, “soy un desastre”, “la vida es muy difícil”, etc. que no sólo nos afectan a un nivel personal sino también en cómo nos movemos por la vida en general. Aparte de mecanismos de defensa, a menudo nos encontramos que se establecen lealtades. Si la manera en que yo pueda pertenecer a mi familia pasa por aceptar el rol que me imponen, o el que ha quedado vacío para mí, negarme a él significa negarme a pertenecer a la familia. Lo mismo ocurre con las frases que comentábamos, a modo de blasones del escudo de nuestra familia, nos hablan de pertenencia a no sólo una familia, sino también a todo un linaje. Por eso suele pasar que cuando hacemos cambios en este sentido, no sólo nos movemos nosotrxs, sino que lo hace toda la familia.
No hablamos de cualquier cosa, ya que este movimiento nos deja huérfanos, al menos temporalmente. Por eso estos cambios, que a priori parecen sencillos, y se reparten en frases y citas a diestro y siniestro de las redes como algo sencillo, requieren en realidad un cuidado y una atención sensible a lo que nos pasa y lo que se mueve en nosotros. Muchos procesos se paran por no poner atención en este punto, o se quedan sin una base sólida, y el cambio no es real, y es una lástima.
El trabajo siguiente a la revisión de todos estos conceptos es, como hemos dicho, digerirlos, desechar lo que no nos sirve, y quedarnos con lo que sí. Podemos recoger y recibir los presentes de nuestra familia, sin quedarnos con todo lo que hemos recibido y que no nos va bien o no nos deja avanzar en nuestro camino desde y con Amor.
Así mismo, cuando hablamos a nuestros pequeñxs, sea cuál sea la relación que tengamos con ellos, es muy importante tener esto en cuenta y escoger con cuidado lo que les decimos. No se trata de ponernos en el policía y juez mental que mide todo lo que decimos, allí hay exigencia y no nos conectamos con nuestro sentir, sino de trabajar lo que nos pasa a nosotrxs para no proyectarlos en ellxs, y de abrir más nuestra mirada y nuestra escucha a sus movimientos, parar antes de recurrir con rapidez a una respuesta, a una indicación, a un direccionamiento. Parar, mirar, escuchar y sentir. De manera natural, si estamos haciendo el trabajo, nos daremos cuenta de que nos está pasando algo. “Está llorando, me doy cuenta que le diría que parase, qué me pasa a mí con eso, me molesta que llore, le diría llorica, recuerdo que a mí me llamaban llorica de pequeñx, etc”. No es siempre tan sencillo como esto, por supuesto, pero por ahí va el tema.
Recordar también aquí que, además, las palabras no son meramente una grafía, tienen toda una carga intergeneracional y personal. No significan lo mismo en todas las culturas o familias, ni en cada persona. Las palabras van cargadas de toda la emocionalidad y pensamientos que se han ido acumulando durante años. Las hemos ido simplificando, muestra de ello es que los alfabetos antiguos estuviesen principalmente formados por símbolos representando la complejidad de un concepto. Aunque ahora ya no sea así y nos parezca que una letra está carente de significado, las palabras están en realidad preñadas de múltiples significados, relacionados con vivencias, imágenes, arquetipos, guerras, invasiones, multiculturalidad… Como decía Derrida además, debido a nuestra mente dual, difícilmente podemos pensar en una palabra sin pensar en su “contrario”.
Demos espacio al hecho de que podemos escoger las palabras que decimos, y podemos abrirnos a llenarlas de significado desde un lugar más abierto y en consonancia con nosotrxs, en vez desde la herida.
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“Si me amo a mí mismo,
expresaré ese amor en mis relaciones contigo y
seré impecable con mis palabras,
porque la acción provoca una reacción semejante”
Don Miguel Ruíz, (Los Cuatro Acuerdos)